jueves, 19 de junio de 2008

La democracia de los avales

La aún corta historia de la democracia en España demuestra que la preponderancia de los partidos (mayoritarios) en el poder es cíclica. La alternancia es inevitable, y sus razones muchas y discutibles. No es distinto en Europa, donde vemos, como si fueran modas, ciclos de gobiernos de derecha combinados con los socialdemócratas en el poder.

No trato de establecer un axioma político, pero observo que la democracia interna de los partidos es inversamente proporcional a su estancia en la cima. Es decir, cuando un partido está en el poder, tiende a aumentar el control de los aparatos internos, ahogando cualquier intento de discrepancia. En cambio cuando está a la baja, o directamente en la oposición, rebrotan las ansias de participación.

Lo vemos en el Partido Popular, por ejemplo. Cuando estaban en el gobierno, todo era justificado. Incluso, como acto supremo de liderazgo, el nombramiento digital de Rajoy como sucesor. Ahora, tras dos derrotas, algunos cuestionan el funcionamiento, el sistema de elección, incluso los avales.

En el año 2000, tras la segunda derrota, ahora por mayoría absoluta, se hicieron unas primarias en el PSOE, abiertas, limpias, en las que se impuso José Luis Rodríguez Zapatero con un programa de funcionamiento que a todos, incluso a los más reticentes, encandiló. Primarias para elección de cargos, listas abiertas para los congresos, incompatibilidades para máxima dedicación a cada cargo, limitación de mandatos para facilitar la renovación permanente, una Oficina de Censo independiente del aparato, etc.

Ahora, los socialistas iniciamos la segunda legislatura en el Poder. ¿Qué queda de toda esa participación, transparencia y medidas democráticas?

En los años 90 se inicio en el Partido un movimiento, llamado de renovación, y opuesto al denominado “guerrismo”. Por cierto, yo entonces también estaba en la minoría minoritaria en Alcalá, que era mayoritariamente guerrista. Esa renovación se basaba, principalmente en el voto individual y secreto en los Congresos. Eso, que parece tan elementalmente democrático, no era así hasta entonces. Se votaba por los cabezas de Delegación (siempre más “influenciables”) y en voz alta. Así, siempre ganaban los “aparatos”. Con la aplicación de esas dos garantías democráticas, se ganó en frescura y cercanía.

No hace muchos días he leído una nota de Comité Local de mi Partido en la que decía que había aprobado por unanimidad apoyar la candidatura de José Antonio Viera a la Secretaría General del PSOE de Sevilla. No pude dejar de sorprenderme. Primero, no es el Comité, ni la Agrupación quien debe apoyar, sino los delegados y delegadas democráticamente elegidos. Y segundo, el voto es, o debe ser, libre y secreto, de cada electo. En caso contrario, ni voto individual ni secreto, y entonces habremos retrocedido bastante.

Y si cambia el ciclo, esperemos que tarde todavía, quizás los mismos vuelvan a decir que hace falta participación, renovación, aire fresco.

Ojala lo hagamos cuando estamos a tiempo.

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