miércoles, 13 de octubre de 2010

En defensa propia.

Pocas dudas caben que vivimos una oleada u ofensiva contra la clase política en general, contra el sistema democrático en global, contra las estructuras de equilibrio social en particular.

Solo es necesario leer columnas de determinados (muchos) medios de comunicación, oír tertulias o ver debates. Y lo peor es que va calando. Lenta, pero profundamente. Es una estrategia que va dando resultados a quienes quieren deteriorarlo, y lo conseguirán sino reaccionamos los demócratas, con independencia de las ideas diferenciadoras, que, afortunadamente, existen.

La bestial (no es exagerado el adjetivo) campaña contra los sindicatos y su labor social, utilizando exageraciones como los liberados, mentiras como la “venta” de la huelga general, manipulaciones como las subvenciones, no es más que un ejemplo.

La opinión de casi un 20% (ya se que es un titular decirlo de otra manera, pero si miramos la encuesta del CIS, es un 19’8%) que piensa que la “clase política” es un problema para el país, es una consecuencia, y a la vez un objetivo, de esa campaña. Si se ve la pregunta sobre que le afecta más personalmente, un 2'9 % dice los partidos o la clase política. Es decir, se le induce que es un problema, aunque no les afecta.

Por cierto, a ver si preguntan por la credibilidad de los medios, o por la percepción que tenemos de los banqueros.

Un periódico dedicaba el pasado domingo un amplísimo espacio a la necesidad de la “regeneración” del país, comparando esta época con la de Alfonso XIII (que se fue de España) y diciendo que hoy estamos peor. Publicaba un mapa de la corrupción, con olvidos muy notables de implicados actuales, sólo porque eran los del PP. Concretamente, se olvidaba de aquellos de quienes Mariano Rajoy no piensa hacer nada, aunque la justicia sí.

No me olvido de aquellas conductas a escala más local que usan la descalificación infame. Me refiero a la campaña desatada contra José Luis García Martínez, “Cuqui”. Muy conocidas son nuestras diferencias, incluso los ataques que nos hemos propinado mutuamente. Pero de eso a la acusación miserable y personal, con insinuaciones que, quienes lo conocemos, sabemos de su imposibilidad, va una inmensidad y una absoluta falta de escrúpulos. Son una prueba más del “encanallamiento” a que se puede llegar por mantenerse o por agradar.

Por mis cargos he conocido a cientos de alcaldes y alcaldesas, y puede que miles de concejales. Hay algunos corruptos, no cabe duda. Pero nada significativo. La casi totalidad son hombres y mujeres que trabajan por su pueblo, que salen con las manos limpias y la satisfacción de haber hecho cosas por los más cercanos y los más necesitados.

No me resigno, por tanto, a esta campaña intencionada. Yo he criticado (autocriticado) a los políticos. El lenguaje, algunas actitudes, la ambigüedad, la desideologización. Pero sigo creyendo firmemente en la nobleza de la Política, en la necesidad de sindicatos y asociaciones libres y fuertes y en la batalla dialéctica y no descalificante.

Y sin anónimos, dando la cara y la firma.

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