domingo, 18 de enero de 2009

¿Existe Europa?

Este año, en el segundo domingo de junio, se celebrarán elecciones al Parlamento Europeo. Los dos partidos mayores en España, PSOE y PP, ya han elegido a sus cabeceras, con dos pesos pesados y ex - ministros al frente, Juan Fernando López Aguilar y Jaime Mayor Oreja.

No obstante, y con independencia del resultado, que seguro que tendrá repercusión en el ámbito interno del país, me parece interesante que empecemos ya a vislumbrar a cuánto ascenderá la abstención. Desde 1979, la participación en las elecciones al Parlamento Europeo ha bajado 16 puntos porcentuales de media, desde el 62 por ciento al 45,5 por ciento en los últimos comicios, celebrados en 2004. ¿A qué se debe esta aparente falta de interés de los votantes? ¿Por qué dejan que sean otros quienes decidan la composición de la Eurocámara?

Dos razones fundamentales creo yo que existen. La primera, el cada vez mayor convencimiento de que Europa, como tal Unión Europea, no existe salvo para generar normativas cada vez más confusas. Cierto que España, en su momento, consiguió un importante salto en sus infraestructuras y su red económica por la solidaridad europea, como ahora lo verán los recién incorporados países del Este. Aún vemos por nuestras carreteras, aeropuertos y puertos los carteles del FEDER, Fondo Social Europeo y demás fondos comunitarios.

Pero, en las circunstancias actuales, Europa no es capaz de mostrarse como unidad de fuerza, con voz única, clara y alta, como alternativa a los grandes polos políticos, que vuelven a ser los Estados Unidos y Rusia, así como los emergentes China, India o Brasil. Y fue lamentable la imagen cuando el estallido de la crisis financiera, pasando semanas y meses antes de que se pudiera ver algún atisbo de postura común, que luego se ha saltado cada país como ha querido.

O más recientemente, en la guerra (o mejor dicho, en la invasión y matanza por parte de Israel) de Gaza. Desfiles de políticos europeos, sin postura común, sin fuerza, sin alternativas creíbles. Sarkozy, Solana, Moratinos, Blair, en un grotesco desfile que termina con una tregua pactada entre Israel y Estados Unidos, puramente propagandística.

La segunda razón, de la que hablo casi cansinamente, es el desapego de los ciudadanos y ciudadanas por la Política, por la toma de decisiones que les afectan, de aburrimiento ante discursos vacíos y repetitivos. Y eso es más preocupante.

Hoy dice el Vicepresidente Segundo Solbes, en una entrevista en El País: “Vivimos en una situación insólita, vamos hacia algo muy excepcional”. Lo comparto plenamente. Esta semana, en un agradable y útil almuerzo, un buen político y mejor amigo decía que es el momento, ahora que no hay ni procesos internos abiertos en el seno del partido, ni listas electorales, de generar debates y propuestas de acción que contribuyan a dar respuestas desde la izquierda a esas cosas que nos debilitan, que nos descalifican. Es decir, no bajemos los brazos, tratemos entre muchos y muchas de cambiar las cosas, de no considerarlas inevitables. Que nos anticipemos a lo viene, que unamos voces y esfuerzos.

Actitudes cerriles, sectarias, de monopolio de poder en sentido restrictivo, agarrotamiento en los sillones, “peleillas de salón” que ahogan los verdaderos retos…..

Cuando somos capaces de poner sobre la mesa propuestas nuevas, ilusionantes, generadoras de ilusión y de cambio, la ciudadanía nos responde. Nos pasó en el año 2000 cuando el discurso fresco de Zapatero llevó a la calle conceptos que parecían de ruptura con el aburrimiento, como la renovación de cargos, la incompatibilidad de la acumulación en unos pocos, las primarias, las listas abiertas. La gente lo creyó y respondieron. Cuando hemos vuelto a los viejos sistemas, a los viejos clichés, la apatía, el desengaño y la pereza nos aborda.

Yo no estoy dispuesto a bajar los brazos. Creo que hay que profundizar en un debate sereno, de cambio, de ilusión, de ese proceso siempre inacabado de la renovación. Y me muestro disponible. Y no pasivo.

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