He hablado anteriormente de Barak Obama, el futuro presidente de los Estados Unidos de América. Realmente pienso que será un hito en muchos aspectos, por la situación que se vive en el mundo actual (crisis económica sin fondo por ahora, varias guerras en el mundo, unilateralismo de USA, países emergentes cada vez más fuerte, una nueva Rusia pujante,…) y por lo que su elección ha supuesto en su propio país, con una participación muy elevada para lo acostumbrado.
Nadie puede predecir que ocurrirá finalmente, será bueno o será regular (incluso malo), pero no se negará que produce efectos singulares. Por ejemplo, la unanimidad en el arco político español sobre las simpatías. Después de escuchar al ínclito Javier Arenas identificarse con Obama, en lo que representa de cambio, todo cabe.
Hay un aspecto, producido antes incluso de su toma de posesión, que llega con mensajes nítidos. La formación de su equipo de gobierno. Algo inusual en nuestro meridiano político. Ha elegido a personalidades fuertes, con prestigio, con experiencia. No ha dudado en incluir a personas de otra opción política (caso de Robert Gates en Defensa, del Partido Conservador), incluso (grave anatema en nuestra pobre cultura política) a sus rivales del mismo Partido, a quien le disputó la candidatura a la Presidencia, Hillary Clinton.
Aquí es más frecuente lo contrario. Al de enfrente, palos, y los nuestros que puedan discrepar, ostracismo. A las trincheras, que vienen los nuestros. Por eso, no vale con hablar bonito de Obama, con decirse y bautizarse como el Obama de… (España, Andalucía o algún pueblo). Hay que ser coherente, valiente.
Hay dos tipos estándar de liderazgo. El corto, que piensa que consiste en ser el más alto del grupo, y si alguien crece más de la cuenta, se le corta por las rodillas, o más arriba. Y el valiente, que piensa que su valor es la suma del valor de sus colaboradores, y que cuánto más valgan éstos, más vale él mismo.
Pero es tan fácil predicar como difícil dar trigo.
Nadie puede predecir que ocurrirá finalmente, será bueno o será regular (incluso malo), pero no se negará que produce efectos singulares. Por ejemplo, la unanimidad en el arco político español sobre las simpatías. Después de escuchar al ínclito Javier Arenas identificarse con Obama, en lo que representa de cambio, todo cabe.
Hay un aspecto, producido antes incluso de su toma de posesión, que llega con mensajes nítidos. La formación de su equipo de gobierno. Algo inusual en nuestro meridiano político. Ha elegido a personalidades fuertes, con prestigio, con experiencia. No ha dudado en incluir a personas de otra opción política (caso de Robert Gates en Defensa, del Partido Conservador), incluso (grave anatema en nuestra pobre cultura política) a sus rivales del mismo Partido, a quien le disputó la candidatura a la Presidencia, Hillary Clinton.
Aquí es más frecuente lo contrario. Al de enfrente, palos, y los nuestros que puedan discrepar, ostracismo. A las trincheras, que vienen los nuestros. Por eso, no vale con hablar bonito de Obama, con decirse y bautizarse como el Obama de… (España, Andalucía o algún pueblo). Hay que ser coherente, valiente.
Hay dos tipos estándar de liderazgo. El corto, que piensa que consiste en ser el más alto del grupo, y si alguien crece más de la cuenta, se le corta por las rodillas, o más arriba. Y el valiente, que piensa que su valor es la suma del valor de sus colaboradores, y que cuánto más valgan éstos, más vale él mismo.
Pero es tan fácil predicar como difícil dar trigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario