sábado, 6 de septiembre de 2008

Mi des-memoria Histórica (I)

Vuelve a estar en el candelero el debate sobre la recuperación de la memoria histórica, esta vez a raíz de la providencia del juez Garzón sobre las relaciones de los desaparecidos tras la Guerra Civil.

Las preguntas son las mismas: ¿Es necesario volver a remover asuntos que debieron quedar resueltos tras la “mágica” Transición?, ¿Es justo que se olvide a quienes murieron, fueron encarcelados o reprimidos por sus ideas políticas?, ¿Es sólo una cortina de humo para no hablar de los “problemas reales”?.

Yo no tengo memoria histórica, tengo sólo des-memoria.

Apenas puedo recordar a mi abuelo materno, el abuelo Pepe. Creo que murió cuando yo tenía unos cuatro o cinco años. Después de él murió mi “abuelo” Curro, que era el padre de mi abuela, Rosarito “la cojita”, que se dedicaba a coser por casas ajenas.

Tengo un recuerdo entre nubes, de mi abuelo Pepe, de acompañarlo a tomarse su vasito de vino en el bar Carga y Vete (Cargivete), que sigue en la Cruz del Ingles, calle Arahal y subir de la mano la cuesta que nos llevaba a casa, en el cerro de los locos.

En mi casa jamás se hablaba de él. No había ni una sola foto. Nada.

Tengo en memoria dos recuerdos muy vivos. Tendría yo unos ocho años y vino al Colegio Concepción Vázquez, en el que yo estaba (sin un solo edificio alrededor, el más cercano era el almacén de aceitunas) un sacerdote. No recuerdo quien podría ser (no era el cura Portillo, a quién conocía) ni a qué vino. Recuerdo que por la tarde se le contaba a mi madre, y que me había preguntado que si mi padre iba a misa. Mi abuela, que estaba cosiendo, como siempre, saltó como una bala y me preguntó que qué le había contestado. “Pues la verdad, que mi padre no iba nunca”. Mi abuela se puso a llorar –nunca la había visto así – y dijo que eso nos traería más desgracias. Yo lloré también, y mi madre me abrazó y me dijo que siempre dijera que sí iba a misa, pero que siempre estaba trabajando.

Mucho más tarde, sobre el año 1975 o 1976, ya en los estertores del franquismo, y cuando yo rondaba los ambientes culturales y políticos de esa época (tenía 14 años, pero iba a cuánto se movía, como las reuniones del Sindicato Vertical, en la plaza Cervantes, donde hablaban Pepe Jara y Manolo Hermosín, y la Guardia Civil vigilaba), mi padre me preguntó, delante de todos, que si yo era de los que hacía pintadas. Por supuesto, lo negué, pero mi abuela dijo que yo traería la ruina a la casa, como “el abuelo”. Nadie me explico nada.

Hace unos años, estando en la playa de vacaciones, recibí una llamada de Paqui Olías. Félix Juan Montero, su marido, quería hablar conmigo.

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